La biblioteca de papel

Mario Morenza



Recuerdo un cuento de Julio Cortázar llamado “El fin del mundo del fin”. En tan sólo un párrafo, o en unas pocas líneas, el escritor argentino, que recién cumple este mes 25 años de fallecido, describe cómo crece la densidad demográfica de los escribas a consecuencia de un extraño fenómeno: los pocos lectores que habían en el mundo deciden cambiar de oficio y meterse a escribas. Aquí comienza la tragedia. Miles de miles de libros empiezan a ser producidos e impresos, tantos, que las bibliotecas tienen que robarle terreno a parques infantiles, hospitales, carreteras, originando montañas de libros, originando caos. Por medidas de seguridad, los presidentes de los países del mundo deciden por mutuo acuerdo echar contingentes de libros al mar. Finalmente, éste se convierte en “una pasta aglutinante”, luego entre más y más libros en “una pasta consolidante”, para acabar como último eslabón de su evolución siniestra y provocada en “un piso resistente aunque viscoso”. El mar que surcara Moby Dick y el Nautilus devino en fosa común salina para libros hasta que cambió su anatomía por completo, e instaló nuevas geografías en los continentes, uniéndolos, haciendo de barcos inamovibles, en ese esqueleto vertiginoso e infinito de papel, islas que contenían casinos y habitaciones con aire acondicionado. El escenario que describe con fervor y pesadilla “El gran Cronopio” es, sin duda, apocalíptico.

Cuando comencé la carrera de Letras todos mis libros abarcaban dos repisas. La población bibliofila con el paso de los semestres, creció. A un año de haber concluido mis estudios de pregrado y a una semana de comenzar los del post, estos habitantes de papel cuya anatomía la constituye un lomo, una portada, hilos en algunos casos, contraportadas, y hojas y hojas se residencian en dos bibliotecas. Dos bibliotecas que me regaló (o donó, preferiría decir) mi padre para cubrir las necesidades habitacionales de este poblado de libros. Las dos Bibliotecas Gemelas, como secretamente les llamo hasta hoy, ya presentan indicios de sobrepoblación. El hacinamiento me ha llevado a colocar algunos libros en la retaguardia de otros que sí fácilmente se pueden observar y (h)ojearse. Para acceder a los que ocupan el fondo, el olvido o la posibilidad de una lectura remota, es necesario una operación de rescate, para ellos es como vivir en un apartamento sin ventanas (hacia ellos), en la oscuridad permanente donde sobrevuelan motas de polvo y el sonido leve que escuchamos al posar nuestras orejas en un caracol: el sonido de un mar aglutinado.

Mi padre y yo la armamos en un día. Recuerdo que muy temprano un señor que habíamos contratado para trasladar las bibliotecas me esperaba en la Intercomunal de El Valle (aunque en territorio cochero). Fui a Charallave y regresé a Coche a transplantar las bibliotecas. Ese día debí rebajar como cuatro kilos, lo que recularmente rebaja un piloto en una carrera en la F1. Subí y bajé las escaleras llevando y buscando las tablas que componían los dos muebles, pues para realizar la operación teníamos que desfragmentarlos. Aún siguen allí, soportando libros viejos, y esperando los que están por venir, los libros que tengo pendiente por leer desde hace dos meses o desde hace dos años, y los libros que reiteradamente leo y releo. Todos allí, casi sin distinción, instalan una armonía de colores en cada anaquel.

Un buen día decidí reorganizar mi biblioteca no por autores, sino por continentes. Era fanático del fútbol europeo y las Divisiones y Ligas dejaron secuelas psicológicas en mi modo de administrar mi vida. Comencemos por arriba de la primera Biblioteca Gemela, por el último piso de la Torre Oeste. El último tramo pertenece a Latinoamerica, así como el penúltimo y la mitad del último piso de la Torre Este. En el cuarto piso están ubicados los autores de Estados Unidos. En el tercer nivel de la Torre Oeste se dejan ver las Obras Selectas de tal autor, las revistas de literatura que reúnen cuentos, y las antologías, a las que desde hace una semana llamo las “antojolías”. En el segundo piso las enciclopedias especializadas y un puñado de libros de crítica que en los últimos meses los ha cubierto una pasta aglutinante de polvo. En el nivel Planta Baja están los de poesía, escasos, pero por incrementarse próximamente y Best Sellers.

Torre Este, Planta Baja, clásicos. Segundo y tercer piso, Literatura Venezolana. Cuarto piso: Europa. Quinto piso, España, y último piso, Latinoamérica, como ya dije y Francia.



Mi obsesión por la burocracia divisional de la FIFA llegó a tal punto que en septiembre de 2005 decidí organizar un campeonato mundial de frases.

Grupo 1


Grupo 2


Dividí los países y autores participantes en grupos de cuatro. Seleccionaba al azar alguna de sus páginas, la frase que en ese minuto me llegara más por su contenido, armonía sonora, por lo que fuera, haría que ese libro pasara a la próxima ronda, y los otros tres quedasen eliminados. Y así sucesivamente hasta tener a un libro campeón. El libro y autor campeones aún está en la lista de los libros por leer. He aquí el cuadro final de esa primera edición:

Primera Edición Frases Azarosas

1. JUAN MARSÉ, Ultimas tardes con Teresa
2. ENRIQUE VILA-MATAS, Suicidios ejemplares
3. GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ, El otoño del Patriarca
4. JULIO CORTÁZAR,
Rayuela

Ana Lucía De Bastos, la apendicista número VIII, a principios de año nos comentó al resto del grupo sobre las profecías (de las) editoriales con respecto a los libros. Seguramente el que las ideó se tomó muy en serio el posible despliegue de caos que pueda originarse en el mundo si lo que se vaticina en el cuento de Julio Cortázar llega a concretarse (en la gente y en el mar, la desidia de los lectores y las sombras parecen erguirse de nuevo contra los libros). De las palabras de Ana Lucía De Bastos recuerdo su explicación sobre el sustituto del papel. Sí, el papel también sustituyó al pergamino, y el pergamino a las tablas, y las tablas a las piedras como instrumento para crucificarse en ellos (como bien diría Kafka) las palabras y frases de una persona. Toda superficie de escritura le dará paso a otra. Bueno, ya se habla de eso. Un cuadernito, todo computarizado, portátil, con toda la biblioteca entera, kilo y medio, dos kilos, ¿cuánto pudiera pesar? La Biblioteca de Babel en un cuadernito electrónico. Todos los libros del mundo en uno solo. Se cumpliría y sellaría mental y físicamente aquella frase que decía que todos los libros del mundo eran uno, y con pantalla sin iluminosidad, tan resplandeciente como una hoja de papel. Así se acabaría el dilema que atormenta a Enrique Vila-Matas: ¿qué libro rescataría de su biblioteca si tendría que elegir sólo y únicamente un libro para pasar el resto de su existencia en una isla desierta? La respuesta del autor de Doctor Pasavento fue un libro de Fernando Pessoa que escapa a mi memoria, pero con este nuevo invento se llevaría consigo todos los libros que la memoria de este artefacto pudiera aguantar: no sólo el papel fue sustituido, también las bibliotecas como muebles, éstas serán reemplazadas por ships y microships del tamaño de un Aleph y tan complicados como los callejones de nuestra ciudad o el alma de una mujer. Así que el populoso mar seguirá abatiendo olas a la nada y siendo escenarios para prototipos de Nautilus y monstruos marinos.

Sin embargo, el placer queda resumido a unos cuantos botones y cursores. El placer de ir a una biblioteca propia, ajena o pública y seleccionar ese libro que ha estado esperándote por décadas, lleno o no de polvo, esperándote para ser leído y alterado de su posición, esperándote para mantener una conversación sin la posibilidad de ser interrumpida en una noche, en la que sólo tú y el libro conversarán, tú dialogarás con los difuntos, y ellos te brindarán por medio de la lectura el hacha indestructible que partirá el mar helado dentro de ti, ese mar que no es populoso, ni de pasta aglutinada, ese mar que abate olas con cada maremoto del alma.

Cada vez que mis manos, mi intuición y la recomendación de un ávido lector me guían a buscar un libro en una biblioteca pública, ajena o propia, y este libro lo consigo, mi primera relación sensorial con él será la de la vista y el tacto, luego vendrá el olor: suelo abrir un libro (y creo que este vicio le es común a la casi totalidad de lectores) un oler el aroma que tienen esas palabras crucificadas, el aroma de las historias que allí se cuentan y están a punto de ser reveladas en una cadena de imágenes en mi mente, y de cuya cadena muchos eslabones quedarán en mi memoria, haciendo de esa historia, propia y ajena y posteriormente pública, encerrándose en los anaqueles de mis recuerdos, donde nada suele suceder hasta que se abre una de sus gavetas y se lee cualquiera de sus páginas al azar. El mundo, desde el comienzo de los tiempos, estuvo destinado a lo que Cortázar sugiere en un pequeño gran relato de Historias de Cronopios y de Famas: ser una infinita biblioteca esférica que contuviera todos los libros del Universo: una biblioteca de una biblioteca de una biblioteca. Al fin y al cabo, el mundo fue creado por la palabra. El verbo, lo primero. Cada palabra, una galaxia, cada palabra vale más que mil imágenes.


Otras bibliotecas:

Adriana Bertorelli (poetisa)
Es mi territorio, mi vicio, mi hogar, mi amor, mi desvelo, mi montaña, mi líbido.

Vecino (abogado)
Que no me mudaría sin cama, sin computadora y sin biblioteca. Quien no tiene biblioteca no quiere a su mamá.

Ana Lucía De Bastos (poetisa y apendicista)
Los libros me llaman como ciertas gomitas ácidas en forma de gusano. Si voy a un kiosco, las gomitas, si voy a una librería, a una universidad, a una feria o a la casa de alguien, los libros. Por eso, ahora tengo más de una biblioteca. La que me espera en Caracas (que reencontrarla fue como recibir al niño Jesús 5 veces seguidas) y la que llevo conmigo, la cual está en constante crecimiento y recibe, pobre, todas mis quejas, pues es cada vez más difícil la mudanza con ella a cuestas. Pero no nos queremos separar, y de hacerlo, surgirá otra y otra, así como siempre vuelve a salirle la cola a una lagartija.

Enza García Arreaza (narradora)
Es el pilar del caos que me sostiene.

Luis Felipe Castillo (narrador)
Tu biblioteca te puede decir de qué color es el desierto por la noche.

Maryfel Alvarado (estudiante de Letras, LUZ)
Mi biblioteca es como un templo donde me encuentro a mí misma cuando veo a través de los otros...

Marietta García (bloguera)
Es la felicidad, porque es una metáfora del desierto.

Keila Vall De la Ville (narradora y apendicista)
Mi historia cifrada y fragmentada en las páginas de otros. La memoria de lo que ha ocurrido mientras leía este libro o aquel. Y el combustible para lo que viene. Todo en una pared cuadriculada de madera color blanco.

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